26 de agosto de 2011

EN UNA VÍA DE TREN

Mi lugar ideal es donde haya una vía de tren, una que te lleve hacia alguna parte, pero que te traiga de regreso. Porque por algo ese es mi lugar, porque ahí quiero quedarme.
Una vía que se corte en el horizonte, como si acabara allí mismo y después hubiera tan sólo un misterio. Mi lugar ideal tiene que tener una bocina de vez en cuando que lo desconcentre, la bocina del tren, ese sonido imponente, presente. Que te recibe, pero que también te da un profundo adiós.
Mi lugar ideal tiene que tener un camino cerca, varios dentro, pero uno que sea el que te invite a caminarlo una tarde de otoño al atardecer. Un camino que lleve tu bicicleta hacia el oasis en las calurosas tardes de verano. Un camino que no te pierda, porque ahí cerca estará mi lugar y siempre querré volver.
El misterio de una vía de tren. Donde todo está quieto alrededor y parece que aquel fuera el rincón más abandonado del planeta, con un pedazo de fierro atado al suelo. Aquel extenso camino brillante se interrumpe con la tenue vibración de la máquina que llega, su ímpetu, la firmeza de su andar. La melodía que produce y el dibujo del vapor como un velo de novia. Es como un eco lejano, que despierta una intriga, hasta convertirla en sonrisa. Una máquina que pareciera moverse por su propia voluntad. La locomotora no es más que una fuerza arrastrándose. Y cada vez se hace más nítida su imagen y su color. Y viene la hilera de vagones desparejos, descoloridos, bamboleándose al compás. Nada es tierra firme en el viaje sobre la vía del tren. Unas cabezas asoman por las ventanas, buscan la silueta esperada, la mirada anhelada, la brisa, un aroma que les indique si es ahí donde se tienen que bajar.

El tren se detiene y respira una bocanada de su propio carbón.
Mi lugar ideal es cerca de la vía de un tren. Inhóspito, como escondido debajo de la copa de los árboles. Un lugar al que se llega andando, sin siquiera buscar encontrarlo.
Mi lugar ideal drena el agua de la lluvia por el terraplén. Se convierte en una fresca tarde de primavera del otro lado de la ventana, empañada. O también desde un escalón desgastado de pisadas, con las rodillas al pecho y el rostro salpicado del rocío que trae el viento, como finas rebanadas de la lluvia que cae.
Cuánta plenitud es posible sentir debajo de una tormenta frente a la vía de un tren. La mirada escuchando la lluvia, el reloj sin tiempo y los rieles infinitos cayendo como cascada de acero, allá a lo lejos…
Una estación de tren en mi lugar ideal del destino. Donde no hay comparación ni rivalidad posible, donde todo fluye como la lluvia misma, como la eterna vía, como el denso vapor, como el eco de una bocina que llega. Como el sueño feliz de la bienvenida y de no más profundo adiós.