14 de noviembre de 2008

EN LA ESPERA

Cruzando esta puerta tal vez encuentre una ardilla. Estará ansiosa, corriendo de un lado a otro. Trepará los árboles y me bajará algún fruto. Yo la miraré sonriendo, divertida. Será quien me acompañe.
Detrás de esta puerta quizás encuentre cinco rayos de Sol. Y un arco iris perdido, colgando de alguna rama. Un bebé llorando, porque querrá jugar con alguien. Los bebés no son amigos de las ardillas.
Quizás esté lloviendo del otro lado de la puerta. Veo un poco de agua debajo. Es posible que haya cerca algún río.
La puerta está fría; quizá sea de noche. La Luna tal vez esté pegada del otro lado de la puerta, con sus agujeros de queso gruyere y todo. Y habrá algún astronauta allí, encendiéndola.
Detrás de esta puerta tal vez encuentre la vida resuelta. Una larga declaración, con palabras sencillas. Palabras de amor.
Escucho el llanto del bebé y los murmullos de la ardilla.
Pero no hay picaporte de este lado de la puerta.

13 de noviembre de 2008

DESEO

Con qué se mide la dulzura
cómo se escribe.
Canta su canción en voz baja
imperceptible.
Me despeina las ideas
se hace tornado.

Cómo juega la dulzura
qué apuesta al hacerlo.
Cuántos pasos da
entre la tierra y el cielo.
Qué logra.

Con qué se cuenta la dulzura
con quiénes se comparte.
Grita en la alegría
sonríe en un llanto
no se detiene.
Gatea por las ramas de un árbol.

Dónde desaparece la dulzura.
Me la imagino castigo
por se tan buena con ella.
Por esperarla.
No la merezco
mas que en un sueño eterno.

Veo las paredes mojadas de golpes
la figura sin forma que no deja sombra
la rueda que no gira
la fantasía de continuar la vigilia
la distancia al oscuro final.

Con qué se mide la dulzura
dónde termina.
Cuando será el día
en que pierda el deseo de tenerla
para al fin
sentirme vencida.

2 de noviembre de 2008

Mil pedazos

Ella no quiere estar donde está. No le gusta lo que le ha tocado. De cara al cielo, deja que el césped se mezcle con su cabello. Respira un poco de aire más puro que el habitual. Estira lejos sus brazos como para quitarlos de su cuerpo. Sí, quiere desarmarse. Y que el río se lleve sus partes, huecas, livianas. Ella quiere flotar en mil pedazos sobre esa agua marrón, que apenas logra respirar. El río le habla. Escucha al río.
Un bote viene avanzando. En él, un joven de unos veinte años, carga con fuerza un par de remos. Los lleva y trae por entre las aguas, haciendo avanzar la embarcación. El joven observa todo lo que hay al alcance de su mirada, sobre la ribera del río: unos pájaros reposando sobre uno de los muelles, los árboles frondosos meciéndose por el viento; el cuerpo tendido sobre el césped, de una joven de su edad… Esta tarde de jueves, le resulta una de las mejores en lo que va de la Primavera. Ha dejado temprano la casa en la isla y lleva recorriendo el río por más de tres horas. No necesita mucho más para completar sus espacios. Los brazos y el torso fibrosos, así como dorados por el Sol, dan cuenta del buen tiempo que dedica al aire libre que rodea la isla. De pronto recuerda que le había prometido a su madre, no regresar más tarde de las siete. Debe pegar la vuelta.
Nilda mira la hora: pasaron veintidós minutos. Coloca la mano derecha como visera sobre sus ojos. Con la otra, saluda enérgicamente. Ha divisado el bote de su hijo, que regresa demorado. Sonríe con un gesto de alivio y entra en la casa. La cocina es precaria: una heladera antigua, cuya puerta ya no cierra por si misma, sino gracias al alambre que la sujeta con un gancho a la pared. Una mesa carcomida, con dos banquetas a los costados. Una cocina a kerosene, que se trata de usar lo menos posible. Es la hora de los mates y Nilda ya ha calentado el agua y ha servido unas medias lunas frescas en la mesa. Limpia una vez más las banquetas, sacudiéndolas con un repasador viejo. Enciende la radio. El locutor anuncia la hora y comienza a sonar el último tango. Nilda sube el volumen para disfrutarlo un poco más.
Fernando hoy está muy cansado y no ha quedado conforme con la transmisión de su programa. Se quita los auriculares, dobla sus papeles y se levanta de la mesa. Luego de dejar el estudio, se asoma por la oficina de producción y lanza un “hasta mañana” entre dientes. Sale del edificio y entra en el kiosco a comprar cigarrillos. Lucho parece de mejor humor que él. Le cobra los cigarrillos, una tableta de chicles y ve irse a Fernando como una sombra. Ni siquiera lo saludó. Continúa su charla con Tali, una amiga israelí de paseo por Buenos Aires. Ella entiende un poco de español, por lo que le resulta divertido pasar el tiempo en el kiosco, un lugar tan propicio para conocer a la gente de la ciudad.
Tali decidió viajar por Sudamérica, y la Argentina es el tercer país que visita. Se armó una mochila y partió, como la mayoría de los jóvenes israelíes que terminan el ejército. Buenos Aires le resulta insoportable muchas veces, y verdaderamente exótica, otras tantas. Desde la banqueta que ocupa en este kiosco, en plena furia de la ciudad, va descubriendo miradas, sufriendo algunas voces, oliendo los suspiros. Mareada en esta confusión de cemento, ni siquiera puede odiar a Buenos Aires. La imagina chiquitita, tal como nadie se la puede imaginar, pero como seguramente lo fue. Escucha lo que dicen los que pasan por ahí, y les cree. Lo siente. Vive el sinsabor de no saber a donde irá a parar tanta furia. Le duele el callejón sin salida, aunque de a ratos se acuerda, que sólo está de paso por esta ciudad. En esos momentos en que queda suspendida, sin identificar la meta, su corazón se vuelve galope en el reflejo del asfalto. No concibe las diferencias entre los océanos, ni incluso entre las fronteras cercanas. Quiere que el dolor de no sentirse parte en ninguna parte, acabe pronto, para tomar ventaja de lo que sin duda, quede por descubrir.
A veces lo logra. Y otras tantas no. Entonces huye de Buenos Aires. Para desarmarse en mil pedazos. Y flotar.

1 de noviembre de 2008

La sombra de un cuerpo










No hay más que soledad
y una luz que no vuelve
en el miedo de no ver.

La sombra de un cuerpo.
Su olor.

Claridad para descubrir un eco
impulso para sortear lo desconocido.
Escuchar
salir de aquí
bailar en el fuego.
Jugar.