26 de octubre de 2008

EXTRAÑO SER

En algún sitio extraño ser. Respiro recuerdos a través de fosas nasales, que parecen ojos de tanto parpadear. Extraño ser camino de senderos pasados, amanecer todos los días sabiendo que no volverá el tiempo atrás.
En algún sitio extraño al inconsciente ser. Me burlo de las reglas que no quieren ser burladas, me rasco una lágrima con el corazón sangrando, antes de llorar. Sonrío cansado, de espaldas. Pienso en el hambre de volverlo a intentar.
Quizás extraño ser en las noches eternas que apagan el día, cuando el mundo se esconde en un ombligo. Hago alarde de mi ridícula esperanza con esta boca sin lengua. Seca, sin sabor. Que se cae de la cama. Bailo en la sombra sin forma de un prisma multicolor. Danzo con sudor de penas y escalofríos de Sol.
El viento, de a ratos a favor, extraña ser. El viento en contra, en cambio, golpea y suelta sus brazos cuando las rodillas no quieren caer. Brota en mi piel las heridas que nadie quiere lamer.
En algún sitio extraño ser. Mi pecho está lleno de hojas. Rayadas, secas. Y sin remedio continuo en el eterno camino, que no es.

15 de octubre de 2008

El último horizonte

Alguien, alguna vez, quiso explicar lo inexplicable. Justificar lo desmedido. Habló fuerte y proclamó que todo pasaría en poco tiempo. Inventó una semilla de vida, donde ya nada podía germinar.
Le creyeron. Ciegos frente a lo que estaban viviendo. Ignorantes. La inmensa rueda que revuelve todo, hizo que aquellos que estaban viendo dolor, lo dibujaran de normalidad.
Tomaron conciencia cuando los glaciares comenzaron a derretirse. Y vieron como se inundaban sus vanidades. Corrieron rápido por el poco camino seco que quedaba. En ocasiones, tuvieron que subirse a los techos de las casas, que se desmoronaron como la torre de un mazo de naipes.
Los más pobres, los más ricos. Los de clase media. Nadie estuvo a salvo.
Algunos pensaron que algo habían hecho para prevenirlo. Fueron los que se quedaron haciéndole frente a las tormentas, que cayeron furiosas, burlándose de las necedades. Las ramas de los árboles llovieron en seco sobre sus cabezas. Fue cuando entendieron de donde podían haber colgado su alegría, alguna vez.
Los más jóvenes, los más viejos. Los de mediana edad. Ninguno de ellos salvó el pescuezo.
En otra parte se calcinaron los pasos que ya no volvieron a repetirse. Y no hubo aves, ni mamíferos, ni peces. Allí no hubo agua, mientras algunos se ahogaron en los techos de sus casas.
Se consumieron.
Todas las mañanas, todas la tardes. Cada noche. No hubo espacio para retroceder.